Hay partido

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    Y, a la tercera, fue la vencida. Hace unos cuantos años, un candidato que era el más kennediano de todos y el más querido por mí (no en balde había compartido otras ilusionantes guerras con él) me propuso ayudarlo en su campaña a la presidencia de la Generalitat. Pero le dije que no, que no me veía ahí. Me consideraba demasiado joven y con demasiadas ganas de hacer periodismo, de crecer en este mundo. Tenía la manía que si me ponía a trabajar para un partido o institución, ya no podría hacer periodismo político o análisis de la actualidad en los medios. Esto, los años han ido borrándolo como dogma, y el caso es que ya son muchos los compañeros y amigos periodistas que conozco y valoro, que hacen información y opinión después de haber pasado por equipos de prensa o comunicación de partidos e instituciones. Con todo, entonces no era así, como mínimo en mi cabeza, y la respuesta al ofrecimiento del amigo candidato fue un ‘no’ rotundo.

    Pero atenta la compañía: en otro partido había un spin (para mí el mejor que hemos tenido en este pequeño país, nuestro particular Peter Mandelson) que estaba en todo. Se había enterado que me habían hecho el ofrecimiento desde una candidatura que podía proyectar sombra en una victoria que su líder necesitaba muy luminosa, y quiso redoblar la oferta de sus adversarios. Fue muy generoso con su ofrecimiento. Me quería a todas en su equipo, que por cierto era muy bueno. Pero mi convencimiento era firme. Le dije que había rechazado la otra oferta y el porqué. Lo entendió (o hizo como que lo entendía), pero se quiso asegurar que no me lo estaba quitando de encima para después hacer con el otro. Una vez constatado que no era así, tan amigos. Aun hoy.

    Y fueron pasando los años. He ido haciendo análisis, información y divulgación sobre política, tanto cómo he podido y me han dejado en los medios de comunicación, y he ido pencando en la universidad, haciendo investigación y docencia sobre el mundo de la comunicación política e institucional. Y sí, a las puertas de los cuarenta (que suena fuerte, ya sé que no me ponéis la edad que tengo, gracias)… el caso es que mi opinión sobre un servidor y el universo compol ha ido evolucionando. La vida, que pasa. Y así, a la tercera, ha ido la vencida.

    Así, hace unas semanas, una política joven (sí), con pinta de frágil (pero no) y con más decisión e idea de lo que unos cuántos están dispuestos a admitir… me consultó sobre la figura de la dirección de comunicación (dircom) de su partido. Había que renovarla. ¿Ideas? Y me puse a pensar nombres, con pros y contras. No era, de hecho, la primera vez que ella me pedía consejo haciendo un café o así. No era, de hecho, ni la primera ni la segunda ni la tercera que lo hacía ella y otros de unos cuántos partidos más. Y es que, una de las cosas que más feliz me hacen de estos años de faenar y estudiar este mundo de la comunicación política es, sin duda, la buena relación y la interacción constante que he podido establecer con profesionales de muy diferente pelaje y color político, todos ellos con esta pasión compartida. En el máster de comunicación política e institucional que ya hace 4 ediciones que co-dirijo a la Barcelona School of Management-UPF participan, con independencia de su color político, profesionales y amigos que lo son de todas las edades, orígenes y especializaciones. Son como una segunda familia. Y sí, como en todas ellas, tienes parientes lejanos y los de whatsapp diario. Pero el caso es que en muchas ocasiones, ellos o sus jefes ocasionales o recurrentes me han pedido opinión y/o consejo (y yo que de aquí que no me movía). Pensé hace unas semanas que esto sería así también con el café con Marta Pascal. Pero no.

    Una vez yo había puesto encima de la mesa 3 nombres… con más contras que pros, pero con ganas de dar con la persona en unos pocos minutos, ella me soltó un (calculado pero que habría colado como espontáneo de no ser por su sonrisa socarrona)… “Porqué… ¿y hacerlo tú?”. Y a pesar de que entonces no dije que sí y que durante días y días de vacaciones me he resistido mentalmente a ello, sabía desde que me lo dijo que ahora no podía decir que no. Que había llegado el momento, en el punto de cocción preciso y con un reto lo suficientemente desafiante cómo para mirar de aplicar el pack de aquello que he ido acumulando en la mochila durante estos cerca de 20 años de profesión en medios y universidad… y con aquellos apasionantes aprendizajes en Comunicación del Barça de los “mejores años de nuestra vida”.

    No será fácil (no hace falta ni decirlo; pero lo digo). El contexto es huracanado y el partido donde faenaré, el Partido Demócrata (PDeCAT), ahora para la opinión publicada no es sinónimo de caballo ganador. Pero no me importa. Más bien al contrario. En parte esto también me ha decidido. Porque hay partido. En el doble sentido de la expresión aplicada a la cosa política. Hay un espacio político, una base social, que en Catalunya está esperando que una formación política de centro amplio, desde el sentido común y sin acomplejarse de la complejidad que representa, le diga “hola, estoy aquí. ¿Vamos allá?”. Hay plantel, del president Puigdemont al más reciente asociado de un partido que (a pesar de todo, que no es poco) crece y tiene la implantación territorial más grande. Y hay mucha más cosa. Pero si los mismos que están disputando el partido no se creen que tienen opciones de éxito, mal. Es en este segundo sentido que también hay partido. El mapa político catalán ha experimentado aquello que el profesor Joan B. Culla ha descrito como “El tsunami”, y estamos a las puertas de un cambio en clave de país que aun podría removerlo todo bastante más. Nada está escrito, pues. Sería absurdo no salir a disputar el partido a todas.

    A esto puede ayudar la comunicación. Alerta: AYUDAR. Porque sí, soy compolholic pero nunca fanático de la cosa (ni de esto ni de nada). Y no, la comunicación no es la solución a todos los males (como tampoco tendría que ser el recurso fácil de los que sólo creen en ella para sacudirse responsabilidades cuando las cosas van mal). Y aquí que me tenéis. Un poco como aseguran que dijo el mítico Ramon Trias Fargas respecto de él y Catalunya: no quiero salvarla, quiero ayudarla. Yo miraré de hacer así, con la parte que me corresponderá, en el PDeCAT. Poniendo tanto oficio como pueda a su comunicación. Me ha precedido una Esther Domingo que además de amiga es referente de profesionalidad. Miraremos de estar a la altura. Piano piano. Sin prisa (siempre mala consejera), pero sin pausa. Y con ilusión(!), sin duda, porque el reto profesional es bestia.

    ¡Nos seguimos por aquí y por las redes!