El problema del 50%+1

  • El problema del 50%+1

     

    En CiU tienen un problema, y no es el 3%. Es el frente de los porcentajes en general. Las sucesivas encuestas de proyección de voto de cara a las próximas elecciones municipales y catalanas les marea demasiado, igual como lo hacían las previas a las elecciones europeas, antes las referentes a las catalanas del 2012, y así en espiral. ¿Como al resto de partidos? No los digo que no, pero un partido en el gobierno necesita cierta calma de espíritu con esto que el mundo académico ha bautizado como “el régimen demoscópico”. Hay encuestas y porcentajes para todos los gustos, fluctúan y a menudo son fruto de respuestas que finalmente con la ciudadanía ante las urnas no se corresponden con el comportamiento final de voto. Por lo tanto, los porcentajes no pueden condicionar la acción del presente, y menos la futura en función de hipótesis que se basen en encuestas. Calma, pues, y a ser menos esclavos de los porcentajes, también de los que tendrían que validar o no el “sí-sí” en la consulta sobre la independencia de Catalunya.

    ¿Quién le mandaba al bueno de en Jordi Turull ponerse en el jardín de fijar un porcentaje del 55% para validar la apuesta por la independencia? Quizás esta cierta obsesión con los porcentajes. Y, en respuesta a aquello, Oriol Junqueras tiene razón cuando dice que no hace falta más que el 50% +1 de los votos. Pero no sólo por aquello que dice que es así como lo hace todo el mundo y en todas partes. La raíz de base que tiene que justificar no ser esclavos de los porcentajes es captar en su plenitud aquello que implica la consulta catalana. Es decir, la constatación, el reconocimiento y la actuación en consecuencia ante una sociedad madura que en paz quiere decidir no sólo porque tiene el derecho de hacerlo, sino también la voluntad de ponerse a ello. Descartadas de raíz otras vías, son las urnas y aquello de “un ciudadano, un voto” la opción elegida para emitir un mensaje claro de voluntad de cambio (o todo lo contrario) al país, a España y al mundo. Y a partir de aquí, movimiento. Que estará ahí (no lo duden), y mucho, y también democráticamente validado vía urnas, si la opción del “sí-sí” se queda en el 50% -1. Entonces la involución está asegurada, y se pondrán a ello sin manías. Nos dirán que el sobiranismo nos había proyectado un país inventado y no debatirán sobre si hay que acelerar la recentralización a partir del 50% -5 o así. ¿Verdad que lo ven?

    ¿Por qué razón ante la constatación vía urnas de que hay una mayoría que quiere cambiar el statu quo actual, ni que sea por un voto, se podría justificar que una vez visto negro sobre blanco eso merece la pena seguir como hasta ahora porque la mitad -1 así lo quiere? ¿A que no se entendería? ¿Verdad que ahora todas las encuestas apuntan a que una mayoría de los catalanes (muy por encima del 50% +1) no se siente cómoda en el actual estado de cosas y con el actual nivel de autogobierno, y nos lo comemos con patatas? Madrid pasa de los porcentajes y nos considera una autonomía más a la hora de recibir y como la gran drenada a la hora de aportar. Y ala, y no estalla ninguna revolución violenta ni nada por el estilo, ¿verdad?

    Hemos demostrado bastante y bien el talante pacífico que nos describe como sociedad. ¿Y pues? No sería esperar muy poco de quienes piensan diferente de una mayoría por el cambio que finalmente el 9-N podría manifestarse vía sufragio? Más aún: ¿no será que estamos poniendo los carros ante los bueyes, víctimas de los porcentajes y del marco mental que otros proyectan, y nos perdemos en debates que nos desvían de lo importante, que por parte de los partidos catalanistas tendría que ser el seguir defendiendo el triple “sí”, a la consulta, al estado propio y al hecho de que éste sea independiente, trabajando un frente común que no se pierda en discusiones sobre futuribles que nos hacen perder tiempo y esfuerzos en el presente?

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